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Campus San Felipe

Neurobiólogo UV explica qué hacer para que nuestro cerebro pueda salir bien de esta crisis

20 de Abril 2020

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El distanciamiento social es lo que más estresa a nuestro cerebro.

Ante las numerosas interrogantes aún sin resolver que nos plantea el Covid-19, lo único que queda -a quienes puede- es refugiarse en casa y distanciarnos socialmente por un largo tiempo, muy probablemente por todo el invierno.  Sin embargo, el confinamiento es una de las situaciones que más estresa a nuestro cerebro. ¿Por qué?

El doctor Alexies Dagnino, investigador del Laboratorio de Neurobiología del Estrés y del Centro de Neurobiología y Fisiología Integrativa (CENFI) de la Universidad de Valparaíso y que ha desarrollado una línea de estudio basada en la neurobiología del estrés y la resiliencia, lo explica en la siguiente entrevista. Además, entrega una serie de consejos para evitar que nuestro cerebro se enferme.

¿Cómo interpreta nuestro cerebro esta situación?

“Para responder esta pregunta tenemos que viajar miles de años atrás, cuando existían los primeros humanos. En ese tiempo, un área que se localiza en el centro del cerebro, llamada “complejo amigdaloide”, comenzó a especializarse en detectar el peligro y activar el miedo. Este mecanismo primitivo permanece intacto en nuestro cerebro y es el responsable de que sintamos miedo, por ejemplo, cuando vemos la pandemia por la televisión. Así, como cuando escapábamos de un león, ahora escapamos de un virus, y en el futuro escaparemos de nuevos peligros. Sin embargo, para nuestro cerebro es el mismo mecanismo primitivo de sobrevivencia el que se activa”.

 ¿Por qué nuestro cerebro se enferma cuando nos distanciamos socialmente?

“Es por el estrés que sentimos,. Volvamos al ejemplo del cerebro de los primeros humanos: una vez que se activa el miedo, otra estructura cerebral llamada hipotálamo también se activa y controla otro mecanismo primitivo en el cerebro llamado “el eje HPA”, un sofisticado sistema neuroendocrino que nos hace luchar o escapar del peligro y así sobrevivir, adaptarnos, eso es el estrés. Tratamos de escapar del COVID-19, porque no tenemos una vacuna para luchar, pero el problema es que escapamos a nuestros hogares, para escondernos ahí por meses. La consecuencia de esto es el distanciamiento, una de las cosas que más estresa a nuestro cerebro. Esto ocurre porque nosotros los humanos somos una especie de monos muy sociables, sentimos placer cuando compartimos con amigos o familiares, porque nuestro cerebro se baña con un neurotransmisor llamado dopamina, nuestro comportamiento social es un recompensante natural, como el sexo o comer. Entonces, el distanciamiento social nos estresa mucho porque a nuestro cerebro le cuesta adaptarse a lugares en que hay poca interacción social. La consecuencia de esto es lo que conocemos como “Distrés crónico”. En palabras más simples, es un estrés tóxico que produce neuroinflamación y daña áreas del cerebro que regulan nuestras emociones, aumentando la probabilidad de desarrollar enfermedades neuropsiquiátricas, como la depresión o los trastornos ansiosos”.

¿Qué podemos hacer?

“Debemos tratar de acelerar nuestra capacidad de adaptación al nuevo escenario que generó la pandemia. Este proceso está relacionado con un concepto llamado resiliencia, que es la capacidad que tiene nuestro cerebro de adaptarse más rápido a situaciones estresantes. La vulnerabilidad de nuestro cerebro al estrés depende de nuestros genes (epigenética), del desarrollo de nuestro cerebro en etapas tempranas y de nuestras experiencias de vida. Todos estos factores tienen un impacto importante en los circuitos neuronales que regulan nuestra respuesta al estrés. Algunos los pueden dañar, otros pueden hacer que funcionen mejor y de eso dependerá la susceptibilidad de nuestro cerebro al estrés. Entonces, en un mismo hogar podemos tener cerebros susceptibles y resilientes al estrés que nos genera el COVID-19. Varias investigaciones han demostrado que el comportamiento resiliente al estrés se contagia entre las personas, como un virus, algo muy extraño y la neurociencia lo está tratando de entender”.

Para Alexies Dagnino, la mayoría de las y los chilenos no puede tomar un helicóptero y viajar a su segunda vivienda para pasar de mejor manera lo que estamos viviendo, por lo que entrega una serie de consejos con sustento en la neurociencia que serán útiles a la mayoría de la población, que también vivirá los efectos económicos de esta crisis.

Hacernos cariño

“Un colega inglés que se llama Francis McGlone descubrió que cuando nos hacemos cariño en la piel se activa la parte social de nuestro cerebro, esa que no podemos activar por la aislación social que nos impone el COVID-19. Recientemente hemos realizado experimentos pioneros que nos indican que este tipo de estimulación en la piel hace que el cerebro sea más resiliente al estrés. Entonces es bueno que tratemos de hacernos más cariño en este tiempo en que estaremos en aislación social, es gratis”, sostiene.

Estimulación sensorial

Lo que estamos viviendo es un distanciamiento social, pero esto no significa un aislamiento social estricto. El doctor Dagnino afirma que nuestro comportamiento social no solo se reduce a un contacto físico. Es complejo, porque involucra a todos nuestros órganos de los sentidos. Por ejemplo, “podemos escucharnos y transmitir nuestras emociones sin necesidad de tener un contacto físico. Los que tienen acceso a internet pueden contactarse con familiares y amigos a través de las redes sociales. Sin embargo, hay una gran cantidad de chilenos que no tiene acceso a internet. En estos casos quizás es bueno conversar con nuestros vecinos algunos días, siempre manteniendo el distanciamiento social.  Esto disminuirá el estrés y ansiedad, además de mantener fuerte nuestra red social”.

El investigador plantea que el estrés negativo (distrés) genera deprivación sensorial, es decir, “va aislando lentamente a nuestro cerebro del mundo en que vivimos. Esto ocurre porque las neuronas de los órganos de los sentidos se conectan con el complejo amigdaloide para adquirir un componente emocional. Cuando no nos adaptamos al ambiente en que vivimos, por ejemplo, a la amenaza del COVID-19, el complejo amigdaloide se va hipertrofiando y se deteriora el procesamiento emocional de lo que percibimos del mundo. Hay dos sistemas sensoriales que son más vulnerables a esto, el sistema auditivo y el olfativo, este último porque tiene conexiones neuronales directas en el complejo amigdaloide. Cuando olemos algo, en nuestro cerebro primero se traduce en emociones y después en algo racional. Entonces, en este tiempo de distanciamiento social es bueno estimularnos sensorialmente, buscar sonidos u olores que nos hagan evocar recuerdos positivos de nuestras vidas”.

Recuerdos positivos

Tal como lo señala el neurobiólogo, los recuerdos gratificantes son de gran ayuda, porque “todos tenemos memorias autobiográficas, en palabras simples, podemos recordar cosas positivas de nuestra vida. Estudios recientes de neurofeedback han demostrado que cuando evocamos memorias autobiográficas en nuestro cerebro se activan áreas relacionadas con el control de las emociones y el estrés, como el complejo amigdaloide. Es como si nuestro cerebro viviera las mismas interacciones sociales que se evocan en una memoria autobiográfica. Quizás es bueno sacar fotos antiguas que tenemos en nuestros hogares y compartir las vivencias con nuestros familiares.

Controlar la respiración

En la misma línea, el investigador asegura que nuestra respiración es clave para controlar la actividad cerebral, dado que “cuando sentimos miedo aumentan unas oscilaciones cerebrales en un rango de frecuencia de 4 Hz. Por eso es que en una situación estresante comenzamos a respirar más rápido. Cuando nos sintamos ansiosos o nerviosos durante este periodo de aislación social es bueno que nos sentemos, cerremos nuestros ojos y comencemos a respirar más lento. Esto permitirá que la corteza frontal y el complejo amigdaloide en nuestro cerebro disminuyan la actividad del eje HPA y controlemos nuestra respuesta al estrés”.

Adiós a la comida chatarra

A esto se suma una dieta saludable, porque “cuidar nuestra alimentación es clave en este periodo de distanciamiento social. El estrés y una dieta poco saludable, como la comida chatarra, aumentan la vulnerabilidad de nuestro cerebro a desarrollar enfermedades neuropsiquiátricas como la depresión. La comida chatarra es muy concentrada en unos ácidos grasos llamados omega-6, como el ácido araquidónico. Cuando estas moléculas llegan en abundancia al cerebro se transforman en lípidos que favorecen la neuroinflamación. Entonces el estrés y la comida chatarra favorecen la inflamación del cerebro. Se cree que este proceso es fundamental en el desarrollo de la mayoría de las enfermedades mentales. Es muy probable que comprar alimentos saludables es más caro, más aún en este periodo de incertidumbre económica, sin embargo, hay legumbres que dejamos de consumir y quizás esta es la oportunidad de volver a consumirlas, por ejemplo, un rico plato de lentejas con trocitos de zapallo”.

Tener actividad física

Además, el doctor Dagnino afirma que el ejercicio voluntario y tratar de mantener un buen humor tiene efectos muy positivos en el cerebro, porque “permite que el cerebro se oxigene mejor, lo cual tiene un impacto positivo en la fisiología cerebral. Cuando nos reímos se liberan endorfinas, estas moléculas mejoran la actividad del sistema inmunológico. Contrariamente, el cortisol conocido como la hormona del estrés es el principal inmunosupresor endógeno que tenemos”.   

Grupos de riesgo

Por su parte, los grupos de riesgos para el COVID-19 son los adultos mayores y los niños. “Es muy importante cuidar estos grupos de riesgo en la aislación social que estamos viviendo. El cortisol se libera a la sangre desde las glándulas adrenales que están ubicadas sobre nuestros riñones. Cuando envejece, esta glándula comienza a liberar más cortisol. Esto genera que en los adultos mayores la respuesta al estrés sea más exacerbada que las personas más jóvenes. Por otro lado, en los niños la corteza frontal está menos desarrollada que en los adultos. La corteza frontal regula la actividad del complejo amigdaloide durante la respuesta al estrés. En palabras simples, la corteza frontal es como el freno a la respuesta al estrésPor estas razones, los cerebros de los adultos mayores y el de los niños son muy vulnerables a los efectos del estrés que genera la aislación social”.

Salud mental

Finalmente, el académico del Instituto de Fisiología de la U. de Valparaíso asegura que el COVID-19 ataca algo esencial en nosotros los humanos: nuestro comportamiento social, el corazón del mundo del siglo XXI, una sociedad hiperconectada en todos los sentidos.

“Sin duda, el COVID-19 puede colapsar nuestro sistema de salud, ese es el punto de inflexión. Si tratamos de controlar el estrés que nos produce el distanciamiento social contribuiremos un poquito a que no lleguemos a ese punto de inflexión. Existe una probabilidad muy grande de que paemos un invierno con la amenaza del COVID-19 y en distanciamiento social en nuestros hogares. Cada día que pase, el estrés y nuestra salud mental van a ir adquiriendo un peso mayor, porque la incertidumbre será mayor, al igual que el miedo y la ansiedad para que todo termine pronto. A nivel de salud mental llegamos mal preparados a esta pandemia. La salud mental en nuestro país ya estaba muy deteriorada antes del estallido social de octubre pasado. Sin embargo, la solución sigue estando en nuestras manos; debemos aprender a adaptarnos al nuevo escenario que estamos viviendo, debemos aprender a ser resilientes una vez más en la historia de nuestro país, tengo la convicción de que lo lograremos. Esta entrevista es una contribución a ese camino que debemos seguir para salir bien de este nuevo desafío que nos pone la naturaleza, el COVID-19", concluye.